martes, 21 de diciembre de 2010

Cuentos Populares, ¿un reflejo de la realidad social?


A través de los siglos cada pueblo ha tenido leyendas y cuentos tradicionales, verdadero unos, productos de la fantasía extrema otros. En las diferentes partes del mundo, se han contado las campañas bélicas de aquellos hombres que condujeron a las conquistas de nuevos territorios, o a la perdida de muchas vidas de los hijos de la tierra. Recordemos que cuando niños oíamos la gesta de Robin Hood, el cantar del Cid Campeador y otras tantas que nos llegaron desde allende al mar. Nuestro país no ha escapado de la creación de leyendas y cuentos populares, que cruzando la barrera de los años llegan hasta nosotros. Los cuentos son la tradición oral de la cultura cubana, desgraciadamente la falta de interés de algunos escritores o editores sobre la tradición o los argumentos que no toquen la trama netamente del triunfo revolucionario, la lucha clandestina o la inmensa proeza de la zafra de los 10 millones, por poner algunos ejemplos, ponen en peligro de extinción este espécimen tan valioso de la diversidad cultural cubana.
Cuando los campos de Cuba estaban lleno de campesinos y jornaleros, que sembraban las inmensas extensiones de tierra, que hoy están ociosas o repletas de Marabú, al caer la noche se hacían en los bateyes de las fincas, reuniones donde en medio de la alegría de la décima y el punto guajiro, se espantaba el aburrimiento y la nostalgia por la lejana familia o tan solo el aburrimiento del fin de semana. Los días entre semana, en los albergues habilitados para ellos, en pequeños grupos que rodeaban una hoguera o próximos a una botella de buen ron cubano, se entretenían haciendo cuentos de los lugares de donde procedían ellos. En uno de estos bateyes fue que vivió Juan Candela, el cuentero famoso que vio una serpiente que medias varias varas y que en tiempos de escasez conoció de un tío suyo que traía viandas compradas en un mercado de México, si señor, había encontrado un trillo que lo llevaba a Ciudad de México. Estas historias se volvieron la tradición de la clase obrera cubana, marcando los diferentes momentos en que transitó esta clase hasta transformarse en la clase media y otra parte en la clase pudiente. Desgraciadamente una de las consecuencias que acarreó este cambio, fue el desarraigo de algunas tradiciones como la de contar historias de generación en generación, ya que los cuentos que exteriorizan las emociones y las verdades, no son aptos para los nuevos tiempos, por eso la necesidad de cambiar el contenido y el argumento, según las necesidades y los intereses de los nuevos gobernantes.
Los nuevos siervos del rey todopoderoso se han encargado de cambiar a su antojo y a canje de prebendas y beneficios propios, buena parte de la historia nacional, han creado sus propios héroes y opacado para siempre la tradición.
En los años 80 cuando se ponían a ensartar tabaco un grupo de mujeres que Vivian todas en mi comunidad y mi abuela me llevaba junto a ella a estos ensartes masivos de tabaco, nos reuníamos un grupo nutrido de niños desde 5 hasta 10 y 12 años y hacíamos un ruedo y allí se hacia gala de contar historias, producto muchas de la mente infantil,  recuerdo aún una tradicional contada por nuestros ancianos, la de un hombre que cruzaba un río crecido en una noche de tormenta, al llegar a la orilla vio a un niño llorando y lo recogió en la grupa del caballo, a medida que avanzaba en medio del río, los dientes y las uñas del niño crecían al igual que sus pies, a tal punto que se le arrastraban al suelo, al ver esto el hombre arrancó a correr y por poco muere del susto. Esta se llamaba, supe después “el niño del diente largo” y es parte de la tradición autóctona cubana, contada en todas partes del país, variando los personajes, pero conservando la historia en su totalidad.  Llegaron también a nosotros muchos cuentos de nuestros antepasados como los de Bermúdez el mambí, que al perder a su hijo se volvió loco y comenzó a asaltar a los españoles y tras robarles su oro lo enterraba en la zona de viñales, mataba a los esclavos que lo ayudaban a enterrarlo y los dejaba junto a las botijas repletas de riquezas, restos de este caudal se ha encontrado en la zona, claro que no se sabe si este es el tesoro de Bermúdez o el oro de algún avaro dueño, que después de esconderlo murió en la guerra. Historias de fantasmas, de muertos, apariciones, de luces amarillas que aparecen en diferentes sitios como muestra de que allí existe aún el alma de algún muerto, son algunos de los tradicionales cuentos que nos legaron nuestros antepasados y que estamos a punto de perder para siempre, se pretende arrancar esta parte de nuestra vida y estamos siendo cómplices de ello, nosotros y ustedes podemos mantener viva nuestra tradición, los tiempos cambian pero los tesoros culturales estarán siempre ahí, no dejemos que nos lo roben o nos lo cambien por una baratija sin valor alguno.
Personajes antológicos como Pepito, han marcado una pauta y son el reflejo multicolor de toda una sociedad, una sociedad que necesita de sus propios personajes, libres como ella y no de los manipulados muñequitos, que hasta para los niños se hacen con personajes como Elpidio  Valdez, u otros miles que enseñan siempre que hay que vivir y morir por la revolución, sin tener en cuenta que hay cosas tan importantes como esta para otros, hay que tener diversidad y respetar el criterio de los demás, hay que saber que hay cosas inviolables y una de ellas es la historia de nuestra patria. Debemos educar a los pequeños en el respeto a las tradiciones y rescatar para ellos ese pedacito de la costumbre popular que tanto nos enseño en nuestro tiempo y que tanto aporta a la sociedad civil en general, al rescatar sus tradiciones y marcar sus avances y sus logros en los personajes que forman parte de su vida misma. Porque aunque intenten enterrarlos vivirán por siempre, porque las tradiciones son eternas, alguien siempre se acordará de ellas y aunque pasen muchos años, algún  padre como yo, contará a su hija la historia del colono que enterraba a los esclavos junto a su oro o sentirá un escalofrío recorrerle la piel, al contar una vez más a sus amigos, la leyenda del niño de los dientes largos.         

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