miércoles, 25 de enero de 2012

El silencio de los corderos.

Del silencio que les hablo no es precisamente de la famosa película, sino de uno más cercano, más íntimo, es de ese dolor de no poder hacer nada contra una maquinaria burocrática que te supera.
El día 18 de agosto nació mi hijo Cristhofer, y con solo unas horas de existir lo pusieron a tomar la leche, ya que su madre no tiene para darle, de un pomo de suero y sin una mamadera para facilitarle la actividad al pequeño.
Los días pasaron y la estancia en el Bloque Materno del Hospital Provincial de Pinar del Río se  hacía interminable. La causa de esta demora era nada más porque el niño no mamaba de la madre y es obligatorio que lo haga, porque según la palabra de los médicos de esa institución de allí no saldría con una dieta, reservada únicamente para casos con VIH y otras enfermedades graves.
Pudimos ver en esos días la falta de ética de los profesionales cubanos, que maltratan y humillan a su pueblo mientras que se arrodillan ante los pacientes de otras naciones a cambio de una migaja que les arrojan a la boca.
Es hora de pedir por lo menos un poco de atención para nosotros, que se nos respete y atienda como nos merecemos. Basta ya del pretexto del bloqueo, para no tener siquiera una mamadera de goma para nuestros hijos.
Es tiempo de que se escuche el clamor del rebaño, que cada cordero rompa el silencio de tal manera que haga temblar la mano del verdugo que le quita su lana y después le arranca la vida.


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